La ciudad de Resistencia, en el Chaco argentino, es una ciudad sosegada, burguesa, adormecida en el calor asfixiante de la región, en la que crímenes, errores y faltas encuentran acomodo aproximadamente impune siempre y cuando se guarden las apariencias. Hasta que un día, súbitamente, entre una cómoda pareja de amantes brinca como una inspiración diabólica el interrogante que los asoma al abismo y los arrastra a un particular infierno, ya que toda transgresión puede aceptarse menos aquella que es inocultable: el asesinato. Una vez traspasado el último límite y probado el gusto de la libertad lejos de toda convención social, no cabe mucho más que dejarse arrastrar por la barahúnda de la llamada elemental de la supervivencia en una huida violenta y salvaje que desemboca en un insospechado final.
La ciudad de Resistencia, en el Chaco argentino, es una ciudad sosegada, burguesa, adormecida en el calor asfixiante de la región, en la que crímenes, errores y faltas encuentran acomodo aproximadamente impune siempre y cuando se guarden las apariencias. Hasta que un día, súbitamente, entre una cómoda pareja de amantes brinca como una inspiración diabólica el interrogante que los asoma al abismo y los arrastra a un particular infierno, ya que toda transgresión puede aceptarse menos aquella que es inocultable: el asesinato. Una vez traspasado el último límite y probado el gusto de la libertad lejos de toda convención social, no cabe mucho más que dejarse arrastrar por la barahúnda de la llamada elemental de la supervivencia en una huida violenta y salvaje que desemboca en un insospechado final.
La ciudad de Resistencia, en el Chaco argentino, es una ciudad sosegada, burguesa, adormecida en el calor asfixiante de la región, en la que crímenes, errores y faltas encuentran acomodo aproximadamente impune siempre y cuando se guarden las apariencias. Hasta que un día, súbitamente, entre una cómoda pareja de amantes brinca como una inspiración diabólica el interrogante que los asoma al abismo y los arrastra a un particular infierno, ya que toda transgresión puede aceptarse menos aquella que es inocultable: el asesinato. Una vez traspasado el último límite y probado el gusto de la libertad lejos de toda convención social, no cabe mucho más que dejarse arrastrar por la barahúnda de la llamada elemental de la supervivencia en una huida violenta y salvaje que desemboca en un insospechado final.